sábado, 8 de diciembre de 2007

Yule: 21 de diciembre

(Fotografía de Inés Calvo)








El que este sea el día con la noche más larga del año provocó en el ser humano desde tiempos remotos una gran amenaza; que las noches siguieran creciendo, que el sol no regresara jamás. Pero al día siguiente amanece y no sólo eso, sino que las noches empiezan a menguar: Es el momento, por tanto, en que el sol crece de nuevo, como si se hubiera regenerado, por eso esta fecha fue la elegida para celebrar su nacimiento. No son extrañas casualidades como que por estos días coincidan el nacimiento de Cristo en el mundo cristiano y el de Apolo en la antigüedad pagana. En Roma, de hecho, los "Dies Natalis Invicti Solis" (los días del nacimiento del no vencido sol) duraban hasta la mitad del mes siguiente, y la Iglesia se vio forzada, en este caso como en muchos otros, a cristianizar una fiesta pagana profundamente enraizada en las costumbres del pueblo.
En la actualidad la Navidad es la época del consumismo desenfrenado y de los encuentros familiares y sociales, muchas veces tan forzados que a lo que llevan es a las discusiones o al desánimo. No se trata tampoco de predicar la paz y el amor que rezan los eslóganes y que deben ser propios de los principios que rigen la vida y no de la reivindicación de unas fiestas... Frente a toda esta falsedad y oportunismo, a esta globalización de lo estipulado por los poderes fácticos vigentes, tenemos la realidad, la autenticidad del solsticio de invierno: Una época de renacimiento y renovación. Es la forma que tiene la naturaleza de decirnos: Deja atrás lo viejo y mira hacia adelante, hacia el nuevo comienzo... El solsticio de invierno es el apoyo psicológico y físico de la tierra y del cielo para avanzar, superar los baches, abandonar las culpabilidades, persistir en la esperanza de alcanzar la luz que el sol, de nuevo, nos devuelve sin pedirnos nada a cambio... Nada más que ser conscientes de ello, de permanecer despiertos al contacto con la inmensa, todopoderosa y generosa energía de vida que el universo nunca deja de proporcionarnos.
Desde luego, parece difícil a veces olvidar los dolores y errores pasados, sean propios o ajenos, pero cargar con las culpa y la pena en lugar de ayudarnos sólo nos proporciona dolor, y dolor, y más dolor... ¿hasta cuando?
El solsticio de invierno, con su frío, su dureza, su necesidad de utilizar nuestras fuerzas físicas para superarlo, es la oportunidad de la purificación; limpiar los malos hábitos para permitir que después nuestras mejores virtudes florezcan. No es extraño, por tanto, que el año nuevo traiga siempre tan buenos propósitos, pero ello no es por el año nuevo sino por el renacimiento del sol que, siendo el mismo, igual que nosotros somos los mismos, va trayéndonos poco a poco, día a día, la prolongación de su luz.